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El grito ahogado de repudio por el asesinato de dos menores y su padre: familiares claman justicia y la renuncia de Rocha Moya

  • Redacción
  • 24 ene
  • 3 Min. de lectura


Culiacán se pintó de rojo el pasado 19 de enero. Aunque en este rincón de Sinaloa la violencia es una sombra que ha marcado la historia, esta vez el rojo tiene un matiz más desgarrador. No es solo la violencia de siempre, esa que se desliza entre las calles sin que nadie se atreva a detenerla; esta vez, el rojo llegó hasta la infancia. Dos niños, dos seres que nunca pidieron estar en este mundo, fueron asesinados a sangre fría.


La brutalidad del hecho, si es que algo pudiera ser aún más insoportable, radica en la insostenible justificación que se ofreció. Según el Secretario de Seguridad del Estado, Óscar Rentería, los asesinos “se confundieron de objetivo” porque el vehículo de las víctimas tenía los vidrios polarizados. Un “error”, le dijeron al pueblo, como si el asesinato de dos niños pudiera ser reducido a una mera confusión. Una explicación tan vacía, tan absurda, que cualquiera pensaría que la tragedia no es más que una mala broma.


El día de ayer, jueves 23 de enero, familiares de las víctimas decidieron alzar la voz, convocaron a una manifestación para exigir justicia no solo por los niños caídos, sino por todas las personas que han sido masacradas por la violencia de un país que parece haber perdido todo sentido de humanidad.


El grito de esas madres y padres, que no piden más que un vestigio de justicia, se ahoga en un sistema judicial que ya no tiene capacidad de respuesta. Un sistema que está roto, carcomido por la impunidad, donde las promesas de justicia se quedan en palabras vacías, en promesas vagas.


Mientras tanto, el gobernador de Sinaloa Rubén Rocha Moya, esa figura que debería ofrecer respuestas, que debería dar la cara en los momentos más oscuros, se encuentra ausente. ¿Dónde está el líder cuando el pueblo clama justicia? Está en una reunión, por supuesto, rodeado de legisladores de su partido, MORENA, sellando acuerdos que no tienen cabida en el dolor de los padres que han perdido a sus hijos. Se abrazan, se dan respaldo mutuo, como si los niños muertos fueran solo cifras en un informe cualquiera.


El respaldo que los legisladores ofrecen al gobernador no es el que los familiares de las víctimas piden, ellos no son víctimas del crimen organizado, sino de un sistema judicial que ya no sirve, de un gobierno que se esconde en su propia falta de empatía e ineptitud.


El gobernador, como tantos otros políticos, se esconde esperando que las aguas se calmen, qué burla... su esperanza patética pero predecible es que el pueblo se olvide, que el dolor de las familias se disuelva con el paso de los días. Pero el pueblo no olvida. Culiacán no olvida. La memoria, aunque a veces se intente borrar, no desaparece. La impunidad se acumula, el dolor crece, y con él, la rabia y el repudio hacia aquellos que se han hecho los ciegos, los sordos, los mudos ante la tragedia.


Este no es un error más, ni un olvido más. Es la caída de un sistema que ya no sirve, un sistema judicial desbordado por la corrupción y la indiferencia. Y si el gobernador cree que la marea va pasar, que el tiempo hará olvidar el horror, se equivoca. No hay tiempo que cure el dolor de los que han perdido todo en un país que ya no puede ofrecer justicia, ni nada.


Lo que se derrumba no es solo la ley, es la dignidad de un pueblo que ya no está dispuesto a a ceder ante la indiferencia. Las aguas no se van a calmar, gobernador, porque no hay olvido que pueda esconder el grito que suplica respuestas. Y ese grito seguirá resonando, mientras las heridas sigan abiertas, mientras el mismo sistema esté lleno de engranajes putrefactos que escurren negligencia y deshumanización.

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