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Madres trabajadoras: entre la precariedad y la invisibilidad de sus derechos

  • Redacción
  • 11 dic 2024
  • 2 Min. de lectura

En un rincón de San Pedro Sacatepéquez, Guatemala, la imagen de Ana Sánchez despachando gasolina mientras carga a su bebé ha generado un debate. Por un lado, el caso es presentado como un gesto de empatía por parte del "patrón" que le permitió llevar a su hijo al trabajo. Por otro, expone las profundas desigualdades que enfrentan muchas mujeres trabajadoras, sobre todo aquellas en situación de pobreza y sin acceso a redes de apoyo o políticas laborales inclusivas.



Ana representa a millones de madres en América Latina que enfrentan el dilema de conciliar la maternidad con el sustento económico, en un contexto donde el trabajo informal predomina. En países como Guatemala, cerca del 70% de las mujeres laboran en la informalidad, según cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE), lo que significa que carecen de derechos laborales básicos como licencias de maternidad, seguro social o acceso a guarderías.


Mientras algunos aplauden la acción del empleador de Ana como un acto solidario, la escena desnuda una realidad compleja: no se trata solo de empatía, sino de la falta de un sistema que garantice a las mujeres el derecho a trabajar en condiciones dignas y seguras. Cargar a un bebé en un ambiente expuesto a gases tóxicos y peligros propios de una estación de servicio pone en riesgo la salud tanto de la madre como del bebé.


Además, este caso resalta el limitado acceso a servicios de cuidado infantil, un derecho esencial enmarcado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). La meta de lograr igualdad de género pasa necesariamente por implementar políticas que permitan a las madres trabajadoras continuar con sus empleos sin comprometer el bienestar de sus hijos.


Sin embargo, en muchas naciones de América Latina, el cuidado infantil sigue siendo una tarea relegada exclusivamente al ámbito privado, dejando a miles de mujeres en un estado de vulnerabilidad permanente.


El caso de Ana también abre preguntas sobre las condiciones laborales en sectores tradicionalmente masculinizados, como el despacho de gasolina, y cómo estas labores podrían adaptarse para ser más inclusivas con las necesidades de las trabajadoras. En lugar de celebrar una acción individual del empleador, este ejemplo debería motivar un análisis crítico sobre cómo las empresas y los Estados pueden garantizar entornos laborales más justos.


En conclusión, la imagen de Ana Sánchez y su bebé nos obliga a mirar más allá de un acto de "aparente generosidad". Es una llamada de atención sobre las deudas pendientes en materia de derechos laborales y sociales para las mujeres trabajadoras, quienes día a día sostienen no solo a sus familias, sino también a economías enteras que dependen de su labor muchas veces invisibilizada.



La verdadera empatía no está en permitir que una madre lleve a su bebé al trabajo, sino en crear un entorno donde esa necesidad no exista.

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